CALICANTO, appunti di antropologia e etnografia dell'educazione e della dominazione |
“Los padres inteligentes quieren dar a sus hijos el mejor aprendizaje inicial posible: Compre la video estimulante “Baby Einstein Library” que estimula el cerebro para los bebés de seis meses, o si no las cintas magnetofónicas de “Baby Mozart”, complementándolos con las tarjetas electrónicas Baby Webster”.
“Las madres que usan alimentos Enfanil son generalmente más sagaces”.
"Si su niño aprende a caminar con “Jolly Jumper” pasará las horas entretenido... “Jolly Jumper”le enseñará a caminar mientras usted hace las tareas de la casa."
"Compre en “Baby News" todo lo que su bebé necesita!"
Si la infancia se caracteriza por una necesidad de explorar su
cuerpo y el mundo,
¿ Cuál sería ésta necesidad?
¿ Qué pretende explorar el niño atraves de sus búsquedas
y movimientos?
¿Dónde se origina ese impulso por conocer lo que lo rodea?
Y finalmente: ¿Qué cuerpo y qué mundo le ofrece la globalización
cultural para conocer, experimentar y explorar?
El primer mundo, la globalización cultural y económica
sin frontera encabezada por Estados Unidos, nos da algunas respuestas a los
interrogantes que acabamos de enunciar.
En las últimas fiestas de fin de año (como comenta Alison Gopnik
en el periódico “The New York Times”) muchos padres norteamericanos
se encontraron frente a la compleja decisión de elegir regalos para sus
bebés recien nacidos. La oferta de objetos y juguetes era tal que ellos
tenían que elegir entre: “la Baby Eistein Library” una video
estimulante del cerebro para bebés de seis meses, las cintas magnetofónicas
de “Baby Mozart” y las tarjetas electrónicas de “Baby
Webster”. Todos estos objetos se ofrecían en la página de
“Videos recomendados de Amazon.com. Si estaban dispuestos a gastar un
poco más, tenían a su disposición “La Intelli-table”electrónica
de 70 dólares, anunciado por televisión con esta siniestra frase:”Los
padres inteligentes quieren dar a sus hijos el mejor aprendizaje inicial posible”.
Según el grupo N.P.D. de investigadores de mercado de Estados Unidos
en el último año las ventas de estos productos científicos
para bebés se duplicaron, a la vez que los productos “clásicos”de
juguetería han disminuído.
No nos extraña que bajo el lema “Ropas para niños y bebés.
Expresamente diseñadas para adultos”, se le ofrezca a los padres
que compren para su hijo recién nacido, bikinis, cinturones, alhajas,
pijamas de odaliscas, gorros de baño, botitas de explorador, vestidos
para jugar al tenis, trajecitos, shorts, etc. Además de una nueva serie
de “cosméticos especiales” para el primer año de vida
del bebé, ofertas todas acompañadas de un moderno mobiliario imprescindible
para ser una buena y exitosa madre que culmina en un extenso catálogo
de cunas, cuyo último modelo se balancea sola con diez diferentes melodías
y canciones infantiles que se pueden programar de acuerdo a las preferencias
de cada uno.
A partir de esta nueva realidad globalizante y técnico-científica
volvamos a los interrogantes: ¿Qué realidad virtual le ofrece
el primer mundo al bebé para que explore, para que investigue, para que
juegue, para que represente?
Nos atrevemos a conjeturar que desde esta globalización cultural el bebé
ocupa una posición de objeto a estimular, a tecnificar, a adecuar, a
domesticar de acuerdo a parámetros supuestamente inteligentes y eficaces,
que como ya lo hemos propuesto en el libro “La función del hijo.
Espejos y laberintos de la infancia”, funcionan como un espejo para los
padres; dicho de otro modo, si los niños responden al estímulo
dado, transforman al estimulador (en este caso a los padres) en un estimulador
o padre inteligente.
Ser inteligente como padre (y podemos extender este concepto al ambiente clínico-educativo)
o como terapeuta estimulador de bebés, en este mundo global, es estimular
con la última tecnología (que dice como hacerlo, de que modo,
con que frecuencia y de acuerdo a que proceso) en la denodada búsqueda
de la eficacia y los resultados objetivos para obtener un brillante o armónico
desarrollo temprano autónomo.
Hoy en día los padres norteamericanos
(y su infiltración cultural, o globalización-mundialización)
se obsesionan por criar hijos inteligentes, brillantes y triunfadores, transformándolos
desde el nacimiento en objetos de mercado, exportando a todo el mundo sus nuevos
productos tecnológicos para estimular la inteligencia.
No es de extrañar entonces la impresionante influencia de los programas
de t.v., los videos y juegos electrónicos que terminan por transformar
o determinar los gestos, las posturas, el modo de caminar o hablar de los niños,
a la vez que se infiltra en sus deseos, sus gustos y decisiones.
En esta cultura global el bebé o el niño con alguna problemática orgánica en su desarrollo, se presenta como un objeto-sujeto mucho más vulnerable e indefenso frente a semejante invación tecnológica y productiva. Mucho más si pensamos que en la primera infancia los espejos del niño son los que el Otro (padres, sociedad, docentes, cultura) le ofertan, le ofrecen y le permiten realizar.
Para el bebé recién nacido (recordemos que etimológicamente
la palabra bebé es un galicismo empleado por los romanos y significa:
“Niño muy pequeño que aun no habla”) el mundo existe
como algo amorfo, cahótico, desordenado, desorganizado, sin límites
y, por lo tanto, sin sentido. Al mismo tiempo sabemos que toda experiencia humana
esta determinada por el lenguaje y la cultura, justamente es allí, donde
se origina la aventura del niño recorriendo sentidos que el Otro otorga
para que él pueda ir apropiándoselos.
Pero cuando el Otro le ofrece
una fórmula, una rutina, unos ejercicios, una respuesta mecánica-repetitiva
para ser más inteligentes y mejores, el mundo del bebé queda cerrado,
despojado de misterios, de enigmas, de ficción, de invención.
El
bebé anónimo encarna así la cruel reproducción de
la supuesta inteligencia moderna y global.
Muchas veces es esta inteligencia,
sus parámetros, sus supuestos y performances las que a algunos profesionales
les permite evaluar y diagnosticar un fracaso escolar, un síndrome disatencional,
un retraso madurativo (donde a veces determinan hasta la cantidad de meses y
días del retraso, por ejemplo: unos padres que consultan porque les dijeron
que su hijo tenía un “retraso madurativo de un año, cuatro
meses y quince días”) o un problema en el desarrollo, con la incertidumbre
y la estigmatización que semejante sentencia acarrea, tanto para el funcionamiento
parental, como para el filial.
A partir de esta globalización nos preguntamos: ¿Cuál es el lugar que esta cultura otorga para que el bebé y sus padres construyan un espacio ficcional. lúdico, de creación, de artificios, de disarmonías y azares, donde el niño al jugar con su cuerpo (y el de sus padres) construya sus representaciones conquistándolas para posteriormente llegar a representarse?
Tanto el cuerpo, como la palabra, serán representaciones para el niño sólo si el puede explorarlas y fundamentalmente inventarlas, y sabemos que el niño ejerce esta libertad al jugar con ellas, el desbordarse con sus sonidos, sus babeos, sus fonemas que poco a poco se transforman en palabras o al jugar con el cuerpo del otro, con su piel, sus bordes, sus orificios, para reencontrarse con los suyos y culminar apropiándose de su cuerpo a partir de la construcción de su imagen.
Como vemos claramente la supuesta inteligencia no depende de la estimulación, ni de las respuestas mecánicas, ni en el otro extremo, de la libertad, la espontaneidad y el ilusorio desarrollo autónomo del niño, si no que depende en gran parte de la escena y el escenario que en su deseo de sujeto monta ese Otro, factor escencial para la creación de la estructuración y el desarrollo del sujeto-niño.
Coincidimos con Jean Paul Sartre cuando afirma “La inteligencia
es indefinible, no significa nada”.
Y en cuanto a la posición del niño nos aclara: “La única
manera es, ahora tratar al niño como sujeto, lo que nos lleva a bordear
la filosofía, no como objeto que se incerta en la sociedad, sino como
proceso sujeto en curso de desarrollo, que cambia, histórico, que se
encuentra incerto en un proyecto generacional y que al mismo tiempo es una subjetividad”.
En este sentido Sartreano los padres son los primeros filósofos
de los niños, y lo son pues al bebé le suponen un saber, tan es
así que, aunque los bebés no hablan, los padres o quien ejerza
esa función, actúan como si hablara, o sea, construyen una ficción.
Es así que le preguntan si le gusta o no la comida, si tiene frío
o calor, si quiere pasear o salir de la casa, si tiene sueño o quiere
comer, si desea bañarse o estar en la cuna jugando. Preguntas todas que
suponen en el recién venido un saber y su respuesta.
Ante estos interrogantes, ¿Cómo responde el bebé si no
habla?
El pequeño hablará a traves del Otro, o sea de lo que sus padres
traduzcan e interpreten de sus gestos, sus posturas, sus reacciones tónico-reflejas,
su gestualidad facial, sus gritos o sonidos corporales que se reflejarán
como un espejo donde ambos terminarán re-conociendose, el hijo en su
funcionamiento y el padre en el suyo.
A diferencia de la cultura mediática y global que nos plantea
en el bebé un saber efectivo y ya sabido acerca de su inteligencia y
la de sus padres que se tendrán que desarrollar partiendo de la estimulación,
la respuesta y estímulo, nosotros desde una concepción opuesta
planteamos que los padres suponen en el bebé un saber hacer ficcional,
que es un puro supuesto, pues se inventa en la escena y el escenario creado
con el niño.
En ese encuentro, de deseos, demandas, placeres y amores se estructurará
un bebé como niño deseante y se inventará a la vez, un
nuevo saber que con cada bebé será diferente.
Esta diferencia escencial entre un sujeto-bebé y otro sujeto-bebé,
se debe a que con cada hijo un padre se re-conoce en otra posición y
por lo tanto inventará otro saber-hacer con cada nuevo hijo y al hacerlo
lo nombra a él como nuevo padre.
En esta escena dialéctico amorosa los padres inventan un saber-hacer
acerca de su hijo y el hijo (sin darse cuenta) inventa un saber-hacer sobre
sus padres.
De allí que un nuevo hijo representa siempre asombro, creación,
descubrimiento, sorpresa e invención, cualidades todas que rompen la
uniformidad de la inteligencia eficáz y moderna.
Este juego de saberes y haceres escénicos entre padres e hijos enuncia
un desconocimiento originario: del lado de los padres desconocen cómo
será ese recién nacido, qué le gustará, cómo
reaccionará, a quién se parecerá, cómo se desarrollará,
cómo y cuándo se sentará, caminará, hablará,
escribirá, leerá,... Del lado del hijo, es el desconocimiento
acerca de su origen, de sus padres, del deseo y la demanda del otro, de las
cosas, de su cuerpo, del mundo, el que lo impulsará a querer y desear
conocer.
En definitiva, es el des-conocimento el que funda e impulsa el
deseo de conocer, y con él, su incipiente demanda de cureosear y saber.
Es este el gran viaje que emprende el bebé. El es pasajero de su propio
viaje que no está programado y mucho menos estandarizado pues se trata
de un viaje inventado, a inventar, y al realizarlo él se inventa viajando,
gestándose en relacion al Otro como sujeto deseante.
Así el recién venido emprenderá su camino.
En palabras de Nietzche a traves de Zaratustra: “Este es mi camino ¿Dónde está el vuestro? Así respondía yo a quienes me preguntaban por el camino. El camino, en efecto, no existe!”.
¿Cuál es el secreto que lo lleva al bebé
a explorar, a inventar, a representar, a jugar y de este modo a conocerse?
El secreto no es otro que un laberíntico enigma indecifrable que el pequeño
no podrá encontrar, pero justamente como le resulta imposible decifrarlo
continuará cureoseando, inventando y aprehendiendo. Esa es la gran aventura.
Ocurre entonces que para un bebé la mano y sus movimientos , lo sorprenden,
lo agitan o lo calman, a la vez el repertorio de posturas son para él
una novedad, la censtesica acaricia sus sensaciones nacientes y al tocarse casualmente
su cuerpo, descubre que al tocar es tocado al mismo tiempo que toca.
El descubrimiento del bebé es activo, emocionante, discontinuo y disarmónico,
plagado de nuevas sensaciones perceptivas (propioceptivas, interceptivas, cenestésicas,
térmicas, táctiles, visuales) que en tanto tales no tienen el
más mínimo sentido si no se resignifican a su vez como llamado,
como gesto, como demanda, como lenguaje interpretado y decifrado por otro.
Toda esta efervesente actividad choca frente a un límite corporal si
no llega a resignificarse como producción de sí.
Para que ello suceda el niño tendrá que instituirse y constituirse
en una imagen corporal que en un primer momento es la imagen del cuerpo del
Otro.
Para instalar esta primera imagen el Otro deberá ofrecerle
al niño no sólo la palabra o la imagen, si no su propio cuerpo
en escena para ser explorado, jugado, desbordado e identificado como si fuese
el suyo.
A su vez este Otro que encarna la función materna, tendrá que
dejarse explorar, tocar, babear, oler, mamar por el bebé, o sea dejarse
desbordar por él (función del hijo) para luego colocarle un borde,
un límite (función paterna) al desborde impulso del niño.
Es escencial comprender que es necesario dejarse desbordar por el niño
para colocarle el borde escénico. Posteriormente esta actitud del bebé
podrá resignificarse para él como exploración o toma de
conciencia de sí.
Esta extraña dialéctica del desborde y el borde, del desconocimiento
y el conocimiento le posibilitará al bebé que su cuerpo sea objeto
de una revelación y una conquista.
El niño se dará cuenta que el cuerpo es de él, y por lo
tanto habrá conquistado dos espacios: por un lado, el de su imagen, en
la cual se reconoce y es él, y por otro lado, el de su cuerpo que a partir
de allí (de su imagen corporal) le pertenece y lo diferencia de otros,
construyendo de este modo su esquema corporal haciendo uso de él.
Se estructura así una conquista imaginaria, donde el niño
es conquistado y cautivado por una imagen para luego desarrollarse, separarse
y apropiarse de ella (conquista simbólica) y de ese modo procurar dominar
y controlar el indomable impulso corporal-pulsional (conquista real) lo que
determinará y delineará su deseo de explorar y conquistar al mundo.
Al hacerlo se explorará así mismo tomando conciencia de su espacialidad,
su corporalidad y sus límites.
Como acabamos de enunciar el cuerpo de un bebé es el lugar
escénico de revelaciones y conquistas cuya fuente es el Otro y él
mismo.
En este contexto si el cuerpo del niño (por una patología de base
o por la posición que el niño ocupa en el mito familiar o en el
discurso de la globalización cultural) no revela nada, o sólo
revela la organicidad, o simplemente es un objeto cognitivo a estimular inteligentemente,
o a dejar que se desarrolle “libremente”, no habrá escéna
simbólica, ni conquista de sí posible.
En estos casos, el niño no llega a apropiarse de su cuerpo y con él
de sus sensaciones.
Por ejemplo, son niños que muchas veces no sienten dolor, no poseen registro
del dolor pues para ellos el dolor como sensación no tiene ningun significado
y ninguna representación posible.
La sensación corporal sin significación carece de sentido y peor
aun, el niño existe en esa pura sensación cenestésica (balanceos,
automutilación, estereotipios, pellizcos, babeos, ritmias) sin imagen,
sin escenario, sin escena.
El niño existe así en sus sensaciones por fuera del sentido, en
un espacio abismal y siniestro, sin límites ni bordes, en ese espacio
que proponemos denominar: más allá del dolor, allí donde
el dolor no duele sin sujeto.
Creemos comprender así la concepción aristotélica
de la sensibilidad cuando en “De anima” afirma extensamente que:
“Existe la sensación en potencia y en acto”.
Desde el punto de vista del recién nacido, si la sensación estuviera
sólo en acto sin potencia, se sentiría sin imagen, sin referencia,
carente de significación.
Allí la sensación no se sentiría, si al contrario sólo
habría sencibilidad en potencia la misma sería una entelequia,
un espectro pero sin actualidad, o sea, sin que el recién llegado sea
afectado por lo sencible.
Finalmente podríamos conjeturar que un bebé en potencia
objeto anónimo-inteligente a estimular como nos propone la globalización
cultural, sería como un alma sin cuerpo.
Paradógicamente, un recién venido en el que prevalece anonimamente
su patología, su organicidad o discapacidad, en ese exceso, sería
un cuerpo sin alma.
Tal vez, estas metáforas nos ayuden a comprender la apertura del mundo
del bebé, cuando al dejarnos desbordar por él en ese azaroso itinerario,
vislumbramos la afirmación de Paul Valery:
“Al cabo del espíritu, el cuerpo. Pero al cabo del cuerpo, el espíritu”.
Puntos de encuentro, de aventura, donde se estructurará un bebé
deseante.
ESTEBAN LEVIN
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Aristóteles, “De anima”, Juarez editor, Buenos Aires 1969
Badinter Elizabeth, “Üm amor conquistado”, Editorial Nova Fronteira, Rio de Janeiro, 1985
Freud Sigmund, “Tres ensayos para una teoría sexual”, Obras completas, Editorial Amorrortu, Buenos Aires 1986
Gopnik Alison, “Los chicos necesitan vivir su infancia”, artículo publicado en el periódico La Nación el 12 de Enero de 2001
Levin Esteban, “La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor” , Editorial Nueva Vision, Buenos Aires 1995
Levin Esteban, “La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia”, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 2000
Peck Ellen, “El bebé como trampa”, Ediciones Granica, Buenos Aires, 1971
Sartre Jean Paul, “El escritor y su lenguaje”, Editorial Losada, Buenos Aires, 1973
Valery Paul, “Estudios filosóficos”, Editorial Visor, 1990
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